Pero ¿por qué tienen esos endemoniados frutos?. La razón habría que buscarla en miles de años de evolución (de evolución con mala leche, eso sí). Los frutos están diseñados para anclarse en los pies de los mamíferos de gran tamaño. Imaginarse una pobre oveja pastando plácidamente en el campo cuando de repente se le engancha un yo-que-sé en la pata. Venga a intentar quitarse ese artilugio de tortura, pero nada. Pues nada, a seguir con la “mala pata”, hasta que al frutito le dé por abrirse poco a poco, y vaya dispersando las semillas lo más lejos de su madre. Las plantas, como no tienen patas para conseguir la anhelada ventaja evolutiva de cuanto más lejos estás de tus padres más probabilidades tienes de sobrevivir, han diseñado diversos mecanismos para su dispersión. Esta es una manera de dispersión, muy original y muy curiosa (para nosotros; que le pregunten a la oveja a ver qué opina).

Su crueldad no queda ahí. Pudiera parecer una planta carnívora, pero no lo es (hasta el momento azaroso de que peguen ese salto evolutivo). Los insectos parecen ser atraídos por su olor. Después sus pelos superglandulosos los atrapan y mueren. No tienen enzimas que digieran a los insectos; por consiguiente, la función de tanta glándula pegajosa debe ser más bien la de protegerse de los herbívoros, aunque se convierta en una vil asesina de aquellos insectos que solo iban a posarse en la planta, o simplemente, pasaban por ahí... O quizá sí debe considerarse carnívora después de todo, ya que los insectos pegados terminan por incorporar sus nutrientes al suelo cuando las hojas caen o cuando la planta muere.

Por lo demás, es una planta bastante atractiva, de grandes y bellas flores. Emite un penetrante perfume, que o bien no gusta (es ciertamente algo empalagosillo) o bien atrae tal Chanel nº 5.